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Los antivacunas atacan de nuevo

10 junio, 2022

Máster de cultura científicaLos discursos de la Ciencia en la esfera pública en el S. XXI

(Fuente imagen: EASP)

Los bulos y las teorías de la conspiración forman parte del imaginario social y se van adaptando a diferentes contextos, hechos y situaciones. Un buen ejemplo de ello son los antivacunas, expertos en bulos y conspiraciones desde la existencia misma de las vacunas. Sin embargo, este movimiento ha ido evolucionando a lo largo de los años y adaptándose a las diferentes épocas.

El movimiento antivacunas se inicia con las primeras vacunas en Inglaterra en 1770. Hacía unos años que Lady Mary Wortley Montagu había observado como en Constantinopla se le ponía polvo de costras de viruela a personas sanas para inocularle esta enfermedad, pero de manera leve. Edward Jenner conocía estas prácticas y se dio cuenta de que las lecheras que tenían viruela vacuna, mucho más leve, no contraían la humana. Así desarrolló las primeras vacunas. La viruela es una enfermedad que causaba una gran mortalidad. Llegó a ser la principal causa de muerte en Europa, matando a 400.000 personas cada año. En América devastó tribus nativas y culturas enteras colapsaron. Un tercio de los sobrevivientes quedaba ciego. Casi todos los que no morían tenían cicatrices de por vida.

El rechazo inicial a las vacunas vino por varios frentes. El primero el religioso que calificaban sus prácticas de anticristianas bajo acusaciones de “bestialismo”. El segundo de los propios sanitarios y científicos que no terminaban de ver con buenos ojos lo de contagiar a una persona sana. En sus inicios las vacunas no eran tan seguras como lo son hoy en día, ente el dos y el tres por ciento de los inoculados morían. Aunque seguías teniendo más probabilidades de morir, entre el veinte y treinta por ciento, si contraías la viruela de manera natural. Los procedimientos iniciales eran torpes y podían provocar infecciones secundarias, como sífilis, hepatitis y tuberculosis. Además, era necesario aislar a las personas inoculadas ya que podían transmitir la enfermedad y así contribuir a propagar la plaga. Y el tercer frente fue desde la política, la población no quería que las autoridades les dijeran lo que tenían que hacer en un ámbito que hasta entonces había sido privado. En Gran Bretaña las vacunas fueron gratuitas y después obligatorias bajo multa o pena de prisión. La oposición fue dura y la clase trabajadora tenía la sensación de que las clases altas intentaban aprovecharse. En 1879 se creó la Leicester Anti-Vaccination League (Liga antivacunas de Leicester).

A pesar de la reticencia de algunas personas, la vacunación fue un éxito, disminuyó la tasa de mortalidad y la gravedad de la enfermedad. Cinco años después de las primeras vacunaciones este método se utilizaba en toda Europa, y una década después se había vuelto global. Más tarde Louis Pasteur desarrolló la primera vacuna contra el cólera aviar en un laboratorio, y el médico español Jaime Ferrán creó la vacuna contra el cólera. En 1979 la OMS declaró la viruela como una enfermedad erradicada. Las vacunas funcionaban, no cabía duda.

La historia podría haber terminado aquí y hubiera sido maravilloso. Pero en 1998 el movimiento antivacunas cobró fuerza de nuevo, de la mano de un médico británico, Andrew Wakefield, que publicó un estudio culpando a la vacuna triple vírica del desarrollo de autismo en niños. Posteriormente se demostró que la metodología del estudio no era adecuada, que la muestra analizada era muy pequeña y que había un conflicto de intereses. El estudio había sido financiado por entidades relacionadas con el movimiento antivacunas. Andrew Wakefield fue inhabilitado para ejercer la medicina, pero el daño ya estaba hecho. La sociedad actual de la posverdad, en la que la evidencia ya no es relevante, es el caldo de cultivo perfecto para los antivacunas. A pesar de haber numerosos estudios que comprueban que el autismo no está relacionado con las vacunas, muchas personas siguen creyéndolo. Los movimientos conspiranoicos desconfían de la industria farmacéutica, sin embargo, detrás de muchos propagandistas antivacunas también hay empresas de medicina alternativa.

Mientras que en sus inicios el movimiento antivacunas era residual, con fuerza en pocas poblaciones, las redes sociales han permitido difundir su mensaje y manipular a personas con dudas de todo el mundo. Actualmente el movimiento antivacunas se da sobre todo en los países desarrollados, ya nos hemos olvidado de los estragos que causan realmente las enfermedades de las que estamos vacunados. Sin embargo, en países menos desarrollados donde todavía se convive con muchas de estas enfermedades, el problema es la disponibilidad de vacunas.

La pandemia actual ha supuesto un nuevo impulso a este movimiento, ya que las vacunas contra la COVID-19 se han desarrollado en un tiempo récord y las autoridades han animado a la población a vacunarse para hacer frente a un problema de salud pública global. Debemos tomar conciencia de que la salud es algo colectivo, que si unas pocas personas no se vacunan están repercutiendo en la salud de todos y haciendo que resurgen enfermedades casi desaparecidas, como el sarampión. Aunque el sarampión no es grave en niños o adultos, sigue siendo una de las principales causas de muerte entre niños menores de 5 años. Las redes sociales son una fuente de difusión de los antivacunas, pero también pueden ser una herramienta para hacerles frente. Tenemos que apuntar a la población a la que pueden hacer dudar con evidencia, con datos y hechos.

Referencias

Cómo un médico puso de moda a los antivacunas hace 20 años - Hipertextual

La curiosa historia de cómo el movimiento antivacunas nació hace 150 años en Inglaterra - BBC

La interesante historia de las vacunas que todos deberíamos conocer - The Conversation

Sarampión - OMS


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